Siempre he tenido algún animal en casa o he estado rodeado de animales. Cuando veníamos a Suiza de vacaciones, siempre me escapaba a una granja que había al lado de casa para ver las vacas, darles de comer hierba, o estar con los gatos que siempre rondaban por ahí.
En casa recuerdo haber tenido un perro pequeñajo, que nos encontramos abandonado y que yo insistí en que se quedara en casa. Lo malo es que al día siguiente se escapó, o eso me dijo mi padre, jeje. Más adelante tuvimos otra perrita que esta vez se quedó mucho tiempo, 12 años, y era muy lista y muy buena. Llegó a casa porque un día siguió a mi hermano cuando volvía de casa de un amigo. Estaba escuálida, enferma, con frío y falta de cariño. Nosotros le dimos todo eso y ella nos lo devolvió con mucho más. Fiel y muy paciente, recuerdo que con mis sobrinos, sobre todo con mi sobrina, no se movía cuando le ponía cojines y trapos hasta taparla completamente. Jamás mordía, ni ladraba, salvo cuando veía un gato. Era ver uno, y todo el mundo a su alrededor desaparecía y se dedicaba a perseguirle. Nunca los cogía, por suerte para ellos.
Después de esta perrita, que tuvimos que sacrificar debido a un cáncer que la dejó sin siquiera poder andar, decidimos no tener más animales. Fue muy duro, recuerdo que cuando se durmió, ahí estaba yo con unos 19 años llorando desconsoladamente. Tantas experiencias pasadas con ella y que jamás se repetirían. Por eso decidimos no tener otro. Hasta que pasaron 4 o 5 meses y llegó la segunda perrita. Esta no era abandonada, y nació de una camada de una séter inglés cruzada con un braco. Estaba muy loca, se ponía muy contenta cuando venía alguien a casa o no paraba de correr y saltar. Los últimos años que vivió no fueron todo lo buenos que yo hubiese querido. En esos años yo trabajaba mucho, disponía de poco tiempo y la pobre estaba sola casi siempre. Por eso, cuando murió, esta vez sí que fue la definitiva: no habría más perros en casa.
Fijaos que dije perros, porque hace unos 6 años, llegó a casa Tito, un gato que acogimos a través de unos amigos veterinarios. El pobre llegó a la clínica con hipotermia y muy enfermo, y se salvó por los pelos. Desde entonces, ha estado siempre con nosotros. Incluso fue el primero a venirse a vivir conmigo en Suiza, antes de que llegaran Olga y Carla. Es un gato del que siempre digo que es más perro que gato: cuando comes, te pide comida como si se tratara de lo más importante en el mundo. Llegas a casa y te saluda y pide una chuche, y ahora que Carla sabe donde están, siempre anda detrás de ella para que le dé.
Con Carla se porta genial, muy paciente a pesar de que ella no es todo lo delicada que debiera y jamás le ha hecho nada, ni un movimiento que pudiera indicar que la fuera a atacar. Lo más, irse cuando ya le estaba molestando.
Hace un par semanas el pobre se puso malito. Estuvo un día entero vomitando y no comía nada, así que le llevamos al veterinario. Inicialmente parecía que tuviera un objeto o algo que bloqueara el intestino, así que le operaron para ver lo que era y quitárselo. Resultó que no había nada, tan solo mucho gas que hizo que se le inflamara parte del aparato digestivo. Con la operación, el bloqueo que tenía se subsanó y poco a poco ha vuelto a comer y a recuperar peso. Al principio parecía que no salía adelante, y hasta en casa nos planteamos sacrificarlo para que no sufriera, porque estuvo un día que ni se movía ni nada. Por suerte, a base de insistir con un gel alimenticio, conseguimos que fuera alimentándose y cogiendo fuerzas.
Hoy ya le han quitado los puntos de la operación y se puede decir que está recuperado. Un buen susto que nos ha dado. Y todo esto me lleva a lo que quería decir: el concepto de animal de compañía no me parece adecuado. No es solo eso, es un miembro más de la familia, que siempre está ahí y que es fiel hasta el final. Está claro que no puedes tener una conversación con ellos, pero muchas veces no es eso lo que necesitas.
7 ideas sobre “Esos amigos peludos”
Entonces tenemos el mismo concepto: Lo de «animal de compañía» para nosotros tampoco existe, son miembros de la familia de pleno derecho. De hecho el que viene a casa sabe que nuestros gorriones y canarios son miembros más y que tiene como opción venir o no venir, pero los pájaros están en su casa y no se van a mover.
Los gatos no me suelen gustar ya que su carácter suele ser demasiado interesado, pero un gato como Tito no sólo no me importaría tenerlo, sino que me gustaría.
Los gorriones y canarios que tenéis en casa son de lo más sociable que he visto, y no molestan para nada. Y al que no le guste, pues ya sabe lo que hay. Las mismas reglas se aplican en nuestra casa, así que menos mal que Tito te gusta 🙂
Es totalmente cierto! De hecho, antes de que estuviese Carla, era como nuestro bebé. Cuando Diego viajaba mucho cuando estabamos en Madrid, Tito y yo eramos compañeros de piso, no me sentía sola estando él.
Tito interactua a su forma, y nos entendemos muy bien, jejeje!!! el tío tiene mucha psicología y se portaba de forma diferente con Diego que conmigo.
Cuando me levantaba o cuando llegaba del trabajo, siempre teniamos un ritual, es un gato de costumbres:
– Se afilaba las uñas en el rascador para que le diese una chuche,
– Se subía al lavabo porque sabía que me iba a lavar las manos y quería beber agua fresca del grifo directamente.
– Iba a la habitación conmigo mientras me cambiaba.
– Estaba en la cocina mientras me preparaba la cena, suplicandome que le echase alguna cosa.
– Venía al sofá mientras cenaba, y si estaba sóla se ponía pesadito pidiendo, si estaba Diego estaba más tranquilo. (En la mesa, nunca le daba nada de lo que comíamos)
– Me tumbaba en el sofá a ver la TV y él se acurrucaba conmigo, pidiendo que levantase la mantita para que también le tapase.
– Cuando me iba a la cama, era su momento de jugar! Claro, después de estar durmiendo 22 horas al día, en ese momento se activaba! quería que moviera los pies o las manos debajo del edredón para jugar a cazar…
– Finalmente llegaba la hora de dormir, y lo hacía a mis pies. Durante la noche se iría al sofá y por la mañana vuelve a la cama a decirnos buenos días!!
No sólo me daba compañía, sino que él disfrutaba conmigo y necesitaba él también de mi cariño.
Cuando me iba a trabajar, y alguna vez he tenido que subir de nuevo a casa porque se me hubiera olvidado algo, antes de abrir la puerta le oía maullar por la casa, como los perros cuando les dejas sólos, jejejeje!!!
Yo no soy capaz de entender nada de lo que cuentas en esta entrada. Los animales tienen que estar en granjas, perreras, zoos o donde sea, pero nunca en un hogar. Lo único que hacen en las casas es llenarlas de pelos, destrozarlas, rivalizar con los niños por la atención y muchas otras cosas que no voy a decir porque no me quiero calentar….. ;P
Menos mal que aún queda gente con sentido común y pone animales «de compañía» en su vida para enriquecerlos como personas y descubrir el autentico significado de palabras como amor, fidelidad, sacrificio y otras, sin esperar nada a cambio, salvo una caricia en el lomo.
Gracias a Dios, al veterinario, o a lo que sea Tito sigue con vosotros, y que así sea por muchos años, no sé que será de nosotros cuando Jaco nos tenga que dejar….
Un abrazo para ti, Diego, besos para Olga y Carla, y una rascada detrás de las orejas para Tito.
Gracias Rubén por tu visita. Lo que uno da con estos amigos lo recibe de vuelta multiplicado por cien, así que compensa. Los sustos que uno se lleva, en cambio, no veo que compensen, pero van dentro del paquete.
Abrazos y besos a repartir.
¡Me alegro de que Tito esté mejor! ¿No le apetecerá comerse un par de periquitos? :p
No es tan carnívoro, aunque jugar con ellos seguro que querría, pero desconozco si el termino «jugar» comparte el mismo significado entre gatos y periquitos 😉